lunes, 22 de septiembre de 2014

La inseguridad siempre gana la batalla

Es más fuerte que yo. Por mucho que lo intente es parte de mí, es lo que soy. No quererme, no valorarme, no importarme. Siempre fue el problema. Lucho con las dudas que me golpean en el estomago. Pero ellas son productos de mi inseguridad, y sin poder evitarlo, despierto con un gran nudo en la garganta y lágrimas luchando por escapar. Es nauseabunda la sensación de temor siempre presente.
Clavó mis uñas, dejando marcas sobre la piel, en una urgencia por vomitar todo lo que ronda en mi cabeza. Recuerdo mis peores momentos y aflojo el agarre, me conozco lo suficiente como para saber que tan lejos puedo llegar cuando se trata de lastimarme a mi misma. Es una adicción poco común y yo un paciente en rehabilitación.
Perdí toda pista sobre que es lo que quiero de mi vida. Me di cuenta de que meses atrás hablaba de mis sueños en un trance lleno de hipocresía. Yo no quería lograr ningún sueño, solo quería marcharme. Terminar con todo. Con el dolor incesante. La melancolía constante. Siempre presente, incluso desde la infancia.
Cierro los ojos y en mi mente veo imágenes de todo eso que me hace bien. De todos esos momentos por los que vivo. Las teorías pesimistas aparecen y derrumban mis sonrisas.
Me encuentro desorientada. Extremadamente expuesta. Vulnerable. Indefensa.
Me siento sin propósitos. Inútil. Perfectamente reemplazable. Un error.
Tantas son las cosas que me aterran que incluso ya perdí la cuenta. Algo nuevo cruzó mi mente, y comencé a preguntarme si existen en el mundo más de una persona que te hagan sentir de la misma manera. La idea me atemorizó y quise buscar un refugio. Aunque tarde es ya para correr, no tengo por dónde escapar, y de todas maneras realmente no quiero hacerlo.
Palpo mi cuerpo buscando el interruptor. Deseando encontrar en forma física al miedo y extirparlo de mí.
El espejo vuelve a mentirme otra vez, y en instantes de delirio creo todo lo que me dice, puedo ver las razones y entenderlo. Pero basta con mostrarme al mundo dos segundos para perder la sensación, las inseguridades atacan nuevamente. Las comparaciones no cesan y me encuentro nuevamente deseando esconderme de los ojos de la vida.

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